Premio a la vida y obra
de un periodista


Daniel Samper Pizano

Lo primero que tengo que hacer aquí es explicarles por qué estamos Juan Francisco Samper y yo en lugar de Daniel Samper y Enrique Santos. En el caso de Juan Francisco, según he podido establecer, es que apenas se supo que uno de los premiados había sido Daniel Samper y que no podía estar presente aquí hoy, su hermano Ernesto se puso como “potro cerrero” pues él quería estar aquí en este momento, darse su pantallazo y comenzó a escribir su discurso. ¡Cuánta fue su desilusión cuando supo que Daniel y Enrique iban a enviar un mensaje por escrito y que él tenía que limitarse solo a leerlo! Entonces llamó a Juan inmediatamente y le dijo: “Juan, usted que no ha figurado mucho en la luz pública, creo que debe ser la persona que tiene que estar y subir al pódium”.

Quienes no somos samperistas pero si samperólogos, nos podemos imaginar el discurso que hubiera pronunciado Ernesto y, con el ingenio que lo caracteriza, le hubiera puesto un título rimbombante, algo así como “El discurso de los siete llamados”. Lo hubiera repartido con un día de anterioridad a todos los cronistas políticos del país, hubiera tenido, por supuesto, a todos los noticieros a la salida de este evento, incluido, claro, al Noticiero Nacional y hubiera comenzado y dividido su discurso en un llamado a la desupaquización de la economía, en un llamado para que el Partido Liberal entre en la lucha de clases, en un llamado para que el Departamento Nacional de Planeación deje de ser un foco de subversión, en un llamado por los derechos de los vendedores ambulantes y en un llamado para que los sanandresitos se les construyan unos edificios decentes. Hubiera finalizado con un violento ataque al Partido Conservador y, en particular, a la administración Betancur. Nos perdemos una pieza oratoria que estoy seguro sería muy importante porque Ernesto se nos está volviendo un Gaitán en potencia, y ya los que lo oímos en la Convención Liberal nos dimos cuenta de sus dotes de oratoria, pero yo estoy seguro que todos y cada uno de ustedes va a oír ese discurso en algún momento de su vida.

En el caso mío la historia es mucho más sencilla. Yo soy producto de una tradición milenaria, a la cual he tenido que estar sometido toda la vida, que es hacerles favores a los hermanos mayores. Porque cuando el nombre de Enrique Santos aparece, lo único que hago es acordarme de estas frases: “Juan Manuel, hágame el favor y me trae una gaseosa”, “hágame el favor, vaya a la tienda y me trae unos cigarrillos”, “hágame el favor y no le dice a papá que me robé el carro”, “hágame el favor y me presta su ropa pero cuidadito usa la mía”, ahora más recientemente, durante un viaje que hicimos por Centroamérica, me dijo: “Juan Manuel, vaya y escriba unas crónicas sobre Nicaragua y pone que los dos firmamos...”, ese fue, don Ricardo, el origen real del premio que usted amablemente nos concedió. Y esta última “hágame el favor, me voy de viaje, vaya y reclame el premio por mí y reciba, por supuesto, el cheque”; pero esta ya rebasó la copa y, a partir de hoy, con Juan Francisco hemos decidido, ya que estamos en épocas de movimientos de liberación y derechos humanos, que vamos a crear una agremiación o asociación, todavía no hemos acordado que nombre le vamos a dar, para defender los derechos de los hermanos menores oprimidos. Así como en la teoría feminista se está abriendo paso el pago en especie a las labores femeninas en el hogar, nosotros también reclamamos el pago en especie de nuestras labores y, como sabemos que Enrique y Daniel no nos van a dar un centavo, queremos decirle a doña Ivonne que del cheque que nos van a dar nos vamos a cobrar el 35 por ciento. De manera que, cuando ellos reclamen, cuénteles que se trata de un justificado “boleteo” por parte de sus hermanos menores.

Pero ya en un campo un poco más serio, la verdad es que tanto a Enrique como a Daniel les hubiera gustado más estar presentes de cuerpo, porque lo están de espíritu y de corazón.

Las razones por las cuales Daniel no está aquí, son de todos conocidas. Las razones o el conjunto de esas razones son un retrato fiel de la honda crisis que vive este país. Porque es insólito y triste que uno de los mejores periodistas que tiene Colombia, una persona que inició en Colombia el periodismo investigativo y que tanto ha contribuido a limpiar aunque sea un poco de la corrupción oficial y privada, un periodista tan admirado, leído, respetado y querido, así don Gustavo Vasco no esté de acuerdo, ese periodista, que tiene todo el derecho de estar aquí, no pueda ejercer la profesión que tanto quiere con su familia, y que tenga, desde el exilio voluntario, que someterse a ese tratamiento. Esta es la tipificación del delito que se está cometiendo a diario contra nuestra patria.

El caso de Enrique es que no está aquí por ser cumplidor con su deber. Hace algunos meses se había comprometido a integrar una misión a Suráfrica con otros periodistas latinoamericanos para observar esa convulsionada región del mundo, y prefirió cumplir con su deber a estar aquí bañándose en agua de rosas; aunque tiene que estar muy orgulloso de que él y Daniel se hayan ganado este premio.

No me voy a detener en los méritos que tienen Enrique y Daniel como periodistas. Ya eso lo hizo en forma magistral el jurado en el acta que leyó —en esa hermosa acta que leyó Alberto Zalamea, en la Quinta de Bolívar—. Yo los he conocido toda mi vida, he trabajado con ellos y quiero reconocer además que lo poquito que yo he aprendido en esta hermosa profesión, a veces ingrata profesión, se lo debo en gran parte a Daniel y a Enrique que han sido mis maestros.

En el lado humano son dos personas muy diferentes. El uno se graduó en el Gimnasio Moderno, el otro asistió a colegios americanos e ingleses; el uno es abogado de la Javeriana, el otro es filósofo de Uniandes; el uno se fue a hacer una especialización en Estados Unidos, el otro se fue a Alemania. Quienes han convivido con ambos pueden decir que, en muchos aspectos, como aquí se ha resaltado, son el agua y el aceite. Además, no son perfectos pues tienen toda clase de defectos y de vicios; pero, como diría Lincoln “quien no tiene vicios no puede tener virtudes” y ellos están llenos de virtudes. Creo que hay que resaltar tres de ellas: Enrique y Daniel tienen como común denominador una especie de devoción y de pasión por la verdad, también una impecable honestidad intelectual y carácter. Carácter en el sentido en que lo utilizaba el filósofo Spencer cuando decía que lo importante para la humanidad no es la educación sino el carácter, porque el carácter representa su más sentida necesidad y al mismo tiempo su más poderosa fortaleza. Y es ese trípode de virtudes las que han hecho a Daniel y a Enrique los mejores o unos de los mejores periodistas de Colombia.